Publicado en Página/12 el miércoles 10/02/16
Por Ricardo Haye (*)
Hace tiempo se habla
de la brecha que separa a sociedades con mayor o menor nivel de desarrollo
tecnológico. Aplicados al campo de la comunicación, en particular, esos
adelantos determinaron que la información se convirtiera en una unidad de valor
destinada a consagrar nuevos límites entre pobreza y riqueza.
Hasta hace poco tiempo la radio podía
considerarse el medio más democrático en virtud de la idea de gratuidad que
involucra, dado que los aparatos receptores tienen precios accesibles y los costos
de escucharla son prácticamente despreciables.
Sin embargo, y aunque su penetración popular
continúa siendo muy importante, el análisis de este medio casi centenario se
torna ahora más complicado a la luz de los procesos de convergencia y el
fenómeno de mediamorfosis habilitados a partir de los maridajes establecidos entre
dispositivos, soportes o plataformas.
La simpleza de esas voces que nos alcanzaban
en nuestro propio idioma y refiriéndose a asuntos de nuestra cotidianeidad, ha
comenzado a experimentar grados crecientes de complejidad y sofisticación.
Prácticamente todas las emisoras e, incluso, cada uno de sus ciclos, cuentan
con portales o sitios de Internet que actúan complementariamente con el texto
sonoro matriz. Pero, además, existe una apelación constante de los emisores
para que los receptores formulen devoluciones a través de twitter, facebook o
whatsapp. Para mantenerse al ritmo que proponen los medios, sus audiencias
deben trascender vínculos históricos como el teléfono o la esquela, lo que les
demanda acceso a redes y aplicaciones informáticas que sí tienen costos y que
reclaman algunos conocimientos para su manipulación.
Hace varios años ya una radio universitaria
argentina habilitó un espacio sobre fotografía en el que una docente de la
especialidad describe y comenta material gráfico que el oyente puede apreciar simultáneamente
en un sitio blog ad hoc.
Aunque la programación se enriquece con la
incorporación de un nuevo contenido como este, el programador haría bien en
considerar el impacto de la novedad en la fase de recepción. ¿Su oyente modelo la
celebrará, cuestionará o quedará indiferente ante ella? Y más aún: ¿por qué
adopta esa actitud?, ¿estaba preparado para esa inclusión?
Sucede que las desigualdades entre ambos lados
de la brecha no solo tienen lugar por una cuestión de conectividad, sino por
los apetitos y las urgencias de cada uno de los comensales de la propuesta.
Acostumbrada durante décadas a un tête à tête directo (y, a veces, intimista)
con su público, ahora la radio debe pensar en conversaciones interferidas por otros dispositivos que
convocan distintas interfaces cognitivas.
Así como la lectura de un libro de papel es
distinta a la de un hipertexto, sintonizar un viejo receptor de circuitos
electrónicos a base de transistores no puede equipararse con percibir los contenidos
de una radio on line. Y, menos aún,
los alojados en un sitio de descarga en el que es el usuario quien determina la
ocasión de la escucha e, incluso, su reiteración las veces que crea
conveniente. Parece claro que la vertebración de las dimensiones de tiempo y
espacio que la radio formuló en el siglo XX se disuelve y reconfigura en
nuestros días.
Un antiguo principio pedagógico enseña que los
seres humanos aprendemos por empalme de experiencias. En consecuencia, el
desafío de los realizadores radiofónicos de hoy es conocer cuáles son los
intereses de alguno de los recortes de unas audiencias cada día más segmentadas
y construir desde allí su agenda temática. No obstante, cometerán un error si permanecen
anclados en ese puerto sin advertir que su tarea debe estar al servicio de expandir
los límites cognitivos de sus oyentes.
Es este un momento en que nuestra capacidad de
procesar datos quedó desbordada. La información contenida en todos los libros
escritos hasta la fecha es millones de veces menor a la que se encuentra
digitalizada y que hoy ya se mide en billones de gigabytes. A medida que esa masa
informativa crece exponencialmente, más huidizo se vuelve el dato específico que
cada uno de nosotros necesita encontrar.
La producción de la radio debe permitirnos el
ajuste cognitivo a esta nueva realidad, agilizando nuestros procesos de
búsqueda, selección y aplicación de contenidos útiles y expresivamente
gratificantes.
Probablemente algunas de estas consideraciones
encuentren una adecuada caja de resonancia en la próxima Bienal Internacional
de Radio que sesionará en México durante el mes de octubre bajo la consigna
convocante de la “Biotecnología
mediática. Ética y praxis de la cognitividad digital”.
(*)
Docente-Investigador de la Universidad Nacional del Comahue