lunes, abril 23, 2007




Las artes han dado reiteradas muestras de que suelen compartir conceptos y tendencias.
Wassily Kandinsky, iniciador de la escuela pictórica El jinete azul creó lo que se supone un tratado de colores. En ese tratado, Kandinski hace una comparación entre las vibraciones sonoras -musicales- y el color
[1].
Por su parte, Johannes Itten, maestro de la Bauhaus y colega de Kandinsky, creó un sistema que dividía los colores fríos y calientes, según las tonalidades.
Otro ambicioso proyecto fue el de Henri Lagresille, en el que trató de traducir en color a los acordes musicales de obras maestras de la música clásica.
El pintor Piet Mondrian, también fue influenciado por la música. Cuando se trasladó a Nueva York en 1940, su estilo dejó la rigidez de las líneas para abrazar los trazos libres y un ritmo más suelto, claramente influenciado por la sonoridad del jazz.
Modesto Músorgski compuso la suite para piano Cuadros de una exposición (1864) como conmemoración de su amigo, el pintor Viktor Hartmann. La obra incorpora piezas musicales que representan diez de las imágenes de Hartmann, como ésta en la que Músorgski se inspiró para componer The old castle.



El caso de Músorgski, es ejemplo claro de lo que se llama música programática, cuya inspiración es extramusical. Pueden ser ideas abstractas, dramas, leyendas, fenómenos naturales, literatura, etc. La Noche transfigurada de Schonberg es también música programática, pues está inspirada en un poema.
Otro ejemplo destacado de música programática es la Sinfonía fantástica, de Héctor Berlioz. La obra posee un argumento tan detallado que a quienes iban a escucharla se les exigía que leyeran antes un folleto, recurso que por entonces se consideró sensacional e innovador.
La diferencia, en todo caso, es que si la música puede ser programática, la pintura lo es por naturaleza, pues nace casi siempre de circunstancias y situaciones que van más allá del acto de pintar.
Obviamente, el informe periodístico que la radio transmite desde el lugar de un accidente de tránsito está motivado por un hecho ajeno a la radio. Pero eso no indica que todos los textos sonoros posean una condición programática tan burda o elemental.
Cuando Murray Schafer se pregunta por qué la radio no incluye textos sonoros sobre el crepúsculo lo debe hacer pensando en las posibilidades expresivas que una combinación de efectos sonoros y músicas puede alcanzar para representar el momento del ocaso. Igualmente, otras experiencias como la llegada del otoño, la múltiple polución de una megalópolis, la adolescencia o la senectud, son motivos que siguen desafiando a las realizaciones radiofónicas que pretendan trascender la referencialidad más o menos segura de las estructuras de producción convencionales.
Aquel atrevimiento de los músicos puestos a describir, así como el de los pintores dedicados a contar una historia, merecen un esfuerzo similar por parte de los artistas de la radio.




NOTAS:
[1] Hemos utilizado como referencia el trabajo de la artista Virginia Maury, publicado en el sitio web http://www.virginiamaury.com/artchivos.htm