jueves, marzo 29, 2007


Ya han comenzado los cursos de este año.
El equipo docente del Area Radiofónica saluda a los estudiantes de sus asignaturas "Comunicación Radiofónica", "Periodismo Radiofónico" y "Producción Radiofónica".



Agustín Amado-Andrea Miglio-Ricardo Haye-Marcelo Miranda-Marta Sánchez-Omar González
Campus de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales - Universidad Nacional del Comahue
Martes 27 de marzo de 2007

jueves, marzo 15, 2007

LA RADIO Y LOS AFECTOS



Las experiencias perceptuales se instalan en la memoria y contribuyen a la creación de nuestro imaginario personal. Las percepciones nuevas se sintonizan en la onda de las pasadas y modifican el mundo imaginario ya creado.

Para ingresar éxitosamente en la imaginación, la comunicación debe ser rica en percepciones sensoriales y cumplir con el requisito de la afectividad de la imagen.

“La unidad de significación afectiva más pequeña se denomina coinema. El psicoanálisis contemporáneo ha analizado, con ayuda de la ciencia semiótica, las unidades elementales de significado que forman parte de la “semiosis afectiva”. (…) Tanto el arte como el sueño reclaman una estructura afectiva, base de la experiencia estética. La emoción estética que experimentamos frente a una imagen exige la aportación de un lenguaje coinémico, es decir, de un sistema de afectos. (…) La imagen coinémica es, por tanto, el producto de una experiencia estética y de una experiencia afectiva”
[1].

Existe una tradición ética basada en el sentimiento, como lo prueban las lecciones de un moralista británico de finales del siglo XVII. Se trataba del conde de Shaftesbury, uno de los mayores representantes del iluminismo inglés en el campo ético, quien defendió, en contra de la tendencia predominante en su tiempo, el sentimiento en detrimento del frío raciocinio, la virtud desinteresada del hombre crítico en oposición al mero utilitarismo, la propia humanidad frente a la inminente revolución industrial. Más adelante, en el siglo XX, aunque el problema no parecía avanzar hacia una clarificación crítica, la estética crociana, primero, y la incipiente investigación antropológica, después, aportaron otras definiciones al tema en cuestión. Según Croce, el arte no puede reducirse nunca a “reflexión” o a “juicio”, ya que en este caso se “disipa o muere”. La expresión artística es expresión del sentimiento.

La producción radiofónica, que cabe en el territorio de lo artístico, necesita de la comunicación afectiva. Por ello, a la radio debe requerírsele una comunicación que no destierre las emociones. Decimos que la comunicación radiofónica no puede consagrarse exclusivamente al raciocinio y que debe contener la emocionalidad de la gente, programando no sólo mensajes de tipo cognitivo, sino también los que expresan contenidos afectivos y/o estéticos.

Esta opción se basa en la convicción de que nuestro entendimiento no es tan sólo un reflejo del mundo objetivo que nos rodea, sino que también constituye ese mundo. Esta noción está presente en muchos pensadores occidentales, Kant entre ellos, para quienes no se trata de que los objetos simplemente nos hablen; también conforman nuestras vías de conocimiento. De este modo, la mente es un proceso activo que forma y vuelve a formar el mundo.

El psicólogo Rollo May se plantea que durante nuestro proceso de formación y conocimiento del mundo, junto al importante papel que desempeña el entendimiento intelectual, también es destacado el rol de la imaginación y las emociones. “Debe ser la totalidad de nosotros la que comprenda, y no simplemente la razón”
[2]. Impulsos y necesidades, deseos e intencionalidades se hacen presentes a la hora de formar y reformar el mundo, porque durante esa tarea los seres humanos no sólo piensan, también sienten y desean.

El pintor Vassily Kandinsky, a quien ya hemos citado en este trabajo, sostenía que “el arte en su conjunto no implica una creación innecesaria, de entes que se diluyen en la nada, sino una fuerza que contribuye al desarrollo y la sensibilización del alma humana” y argumentaba que la belleza “es lo que emerge de la necesidad emocional interior
[3]”.

La aportación de la radio en este sentido se conforma en torno de lo que algunos autores definen como géneros “no específicamente periodísticos”, entre los que Martínez Albertos
[4] sitúa las novelas por entregas, los cuentos, narraciones costumbristas, humor, ensayo, folletín o lo que Miquel Rodrigo[5] llama “discurso lúdico”, dirigido a provocar la emoción.

Una de las lecturas más clarificadoras sobre el tema se puede encontrar en el libro de Mario Kaplún, “Producción de programas de radio”. Remontándose a Freud, Kaplún señala que “la palabra que se graba en el preconsciente es, esencialmente (…) la palabra oída”.

“Lo que registra la conciencia y se graba a nivel profundo es lo que llega a través del oído. Freud encuentra, pues, una fuerza y un poder de penetración especiales en la transmisión oral de la palabra. Casi no es necesario subrayar la importancia que revisten estas comprobaciones para la valoración del medio radiofónico. (…) Por ser un medio auditivo, la radio es más propicia a la palabra–emoción que a la palabra–concepto
[6]”.

En todo caso, es necesario destacar que el lenguaje radiofónico resulta de la articulación de otros elementos, además de la palabra. Pero que esa amalgama constituye un estímulo vitalmente ligado a lo afectivo. La fuerza y la capacidad de penetración que Kaplún asignaba a la palabra son igualmente válidas para los restantes componentes del discurso de la radio, que también son recogidos por vía auditiva.

Los mensajes de la radio, sostenía el desaparecido maestro, no sólo contienen un ingrediente semántico y conceptual, sino también una rica carga imaginativa y afectiva.

“(…) Un concepto, una idea, puede vehicularse mejor por radio si se la enmarca en una dinámica afectiva, cálida, vivencial, que establezca una comunicación personal con el oyente y le haga sentir la emisión y no sólo percibirla intelectualmente. En cambio, si se la presenta en una forma puramente cognitiva, fría, impersonal, las posibilidades de que el mensaje sea atendido y aprehendido serán considerablemente menores.

La auténtica comunicación radiofónica debe tener un componente afectivo además del componente conceptual; debe movilizar no sólo el estrato pensante del perceptor sino también su estrato emocional. (…) En la medida en que el comunicador sea capaz de incorporar este elemento afectivo, tanto más fácil le será combatir la distracción del oyente, evitar su cansancio, alejar la sensación de monotonía y captar su atención. Su pedagogía radiofónica será tanto más comunicativa y, por ende, más eficaz. Así como el pobre manejo de este aspecto, debilitará notoriamente la eficacia pedagógica del mensaje
[7]”.

Desarrollaremos, pues, algunas nociones sobre afectividad y emociones.

El relativamente reciente estudio de la afectividad es muy importante ya que a través suyo las emociones (miedo, cólera, alegría, melancolía, etc.) adquieren una entidad propia, al margen de los procesos cognitivos.

Anteriormente la filosofía clásica y cristiana las había considerado como un foco de perturbación para la vida interior y la paz del alma, por lo que recomendaban al hombre que se ejercitara en su dominio.

La palabra emoción proviene del latín emovere, que significa “remover”, “agitar” o “excitar”. La emoción es la experiencia subjetiva placentera o displacentera de un cambio que se produce en nosotros y por eso las emociones tradicionalmente se han definido como estados afectivos que se nos presentan brusca y súbitamente, en forma de crisis de mayor o menor violencia y duración.

Por su parte, los sentimientos son estados anímicos complejos y se diferencian de las emociones por su carácter más duradero y menos intenso.

Pese a que los estudios de base psicológica o neurofisiológica no coinciden, podríamos describir un orden secuencial simplificado de la reacción afectiva. Esta comienza cuando los órganos sensoriales captan un estímulo; este es transmitido a la corteza cerebral, provocando un estado subjetivo o emoción
[8].

Nosotros somos productores de estímulos que el público de la radio capta auditivamente y que pueden generar estados emocionales.

Lo genuino de las vivencias afectivas es la resonancia que provocan en el interior del sujeto, en términos de placer o desagrado. Precisamente agrado/desagrado es una de las dimensiones bipolares observables en la experiencia emocional y la que sitúa los extremos en que se desenvuelven las emociones.

Todas ellas están teñidas de un significado hedónico. La alegría, el afecto, el amor, el júbilo, la felicidad, son emociones agradables, mientras que el miedo, la cólera, la envidia, los celos, el desengaño, son estados afectivos experimentados por el sujeto como desagradables. El binomio remite a las dos finalidades básicas de la conducta humana: obtener placer y evitar el dolor.

Otra dimensión de la experiencia es la que se refiere al grado de tensión o relajación que acompaña a las emociones. Esta dimensión tensión/relajación determina que cuanto más colérica esté una persona, mayor tensión observará en su organismo.

Por último, encontramos la dimensión de la atención/rechazo. Todas las emociones pueden estar provocadas por una actitud de rechazo hacia algo o alguien, o bien por un proceso atentivo que hace que la persona se sienta atraída por algún acontecimiento o situación.

Otro aspecto importante de la emoción es su naturaleza selectiva. Cuando una persona experimenta una emoción muy profunda percibe lo que le rodea de un modo bastante parcial y sesgado. Así, cuando mantenemos una gran amistad con una persona, tendemos a apreciar sólo sus cualidades positivas, y a disculpar e incluso ignorar las negativas. En la comunicación masiva esta tendencia se proyecta incluso cuando el receptor no conoce a su “interlocutor”. Y así uno idolatra o denigra periodistas, animadores o personajes
[9].

El poder de las emociones sobre la conciencia se observa en situaciones en que la persona experimenta un estado emocional muy fuerte. En el caso de un individuo que experimenta unos grandes celos, esta emoción puede atraparle hasta tal punto que se convierta en una obsesión y polarice todas sus atenciones y energías. El guionista atento lo tendrá en cuenta a la hora de diseñar sus personajes, tal como Shakespeare lo hizo para construir a Otelo.

En cuanto a la intensidad de las emociones y la capacidad de actuar de modo adecuado ante una situación, se ha demostrado que cuando las primeras sobrepasan un cierto umbral pueden paralizar a un sujeto o llevarle a conducirse de forma incorrecta. Aunque emociones intensas en situaciones extremas ayudan positivamente a resolver un problema, si aquellas sobrepasan un cierto umbral pueden inhibir a la persona e impedirle afrontar con éxito la situación. Así, mientras es frecuente que en casos de accidentes o catástrofes las personas experimenten emociones que las empujen a realizar acciones luego valoradas de heroicas, si la intensidad del estado afectivo es muy fuerte, la histeria puede imposibilitar cualquier actuación ordenada y racional. Cada vez que la comunicación se proponga poner en marcha procesos transformadores o de dinamización social, resultará conveniente revisar que los estímulos no actúen en sentido inverso, volviéndose enajenantes o predisponiendo a la pasividad, el fatalismo o la resignación.

Finalmente, un realizador radiofónico consciente habrá de considerar que todos los hombres participan de las mismas emociones, aunque el modo de expresarlas difiere de una cultura a otra. Cada sociedad posee un código de comportamiento que regula en parte las manifestaciones emocionales. Mientras que en ciertas civilizaciones la pena por la muerte de un ser querido se manifiesta a través del llanto, en otras se efectúan festejos con bailes y cantos. Asimismo, en la cultura occidental el llanto posee una significación diferente, según el sexo de la persona que lo manifieste (el llanto es considerado una reacción emocional femenina que el hombre debe evitar).

(Fragmento de "El arte radiofónico", de Ricardo Haye. Ediciones La Crujía. Buenos Aires, 2004)


Notas:

[1] Gennari, Mario: La educación estética. Arte y literatura. Paidós, Barcelona. 1997. Pág. 44.
[2] May, Rollo: La valentía de crear. Emecé Editores. Buenos Aires, 1977. Pág. 187.
[3] Kandinsky, Vassily: Sobre lo espiritual en el arte. NEED. Buenos Aires, 1997. Págs. 83 y 82.
[4] Martínez Albertos, J. L.: Periodismo. Géneros. Gran Enciclopedia Rialp. Madrid, 1974.
[5] Rodrigo, Miquel: Los modelos de la comunicación. Segunda edición. Editorial Tecnos. Madrid, 1995.
[6] Kaplún, Mario: Producción de programas de radio. CIESPAL, Quito, 1978. Pág. 62/3.
[7] Kaplún, Mario: op. cit. 1978. Pág. 63.
[8] Entre otros puntos, la falta de acuerdos reside en si existen o no escalas intermedias (centros hipotalámicos) y si las emociones son previas o posteriores a las alteraciones somáticas.
[9] Contrástese con el criterio de “influencia de la familiaridad en la decodificación” que desarrolla Emilio Prado en su libro “Estructura de la información radiofónica” (ATE, Barcelona, 1981. Pág. 58) y podrán obtenerse nuevas referencias.