Publicado en Página/12 el miércoles 27/06/18
Por
Ricardo Haye (*)
La cuentista
canadiense Mavis Gallant, que llevó un diario durante los acontecimientos del
Mayo Francés del ‘68, cuenta una visita suya a la peluquería. A su lado, una
señora dice: “No quise venir en el Rolls para no parecer burguesa”.
Relampagueante
e incisiva, esa anécdota alude a los contrastes y a la hipocresía de una
sociedad que el 15 de marzo, apenas unos días antes de la toma de la
universidad por parte de los estudiantes, leía en Le Monde un editorial
provocador, escrito por Pierre Viansson-Ponté. El texto incluía un interrogante
retórico: “¿Qué nos pasa a los franceses?” Y también su posible respuesta: “Que
Francia está aburrida”.
En 1968
existía un contexto de grandes convulsiones provocadas por la Guerra de
Vietnam, el conflicto de Oriente Medio, la hambruna de Biafra, los centenares
de miles de muertos en Indonesia o el apartheid en Sudáfrica. Y en ninguno de
esos acontecimientos había participación alguna de Francia. Por eso Viansson-Ponté
proponía su hipótesis acerca del aburrimiento francés.
El
periodista y escritor argentino Juan Forn recordó en este mismo diario la
explicación, un tanto más académica, que proponía el filósofo Guy Debord: “La
sociedad del espectáculo es el guardián de nuestro sueño y quiere que sigamos
durmiendo”.
La profusa
textualización que alumbraron aquellos días debe ser analizada como intentos acuciosos
de despertar esas conciencias adormiladas.
Gran
protagonismo se lo llevaron los graffitis, carteles y dibujos que trasportaban
a un estado ideal donde el más concreto sentido de realismo mutaba a la ficción
más pura. Varias de esas leyendas remitían a pensadores reconocidos como Nietzche
("Es necesario llevar en sí mismo un caos para poner en el mundo una
estrella danzante”), Artaud ("No es el hombre, es el mundo el que se ha
vuelto anormal”) o Unamuno ("Yo me propongo agitar e inquietar a las
gentes. No vendo el pan, sino la levadura”). Algunas paredes expresaban gritos
ansiosos como estos: "Somos
demasiado jóvenes para esperar", "No
queremos un mundo donde la garantía de no morir de hambre se compensa por la garantía de morir
de aburrimiento", “El aburrimiento es contrarrevolucionario”, "Olvídense
de todo lo que han aprendido. Comiencen a soñar". Esas marcas iban desde
las reivindicaciones de clase ("La burguesía no tiene más placer que el de
degradarlos todos", “El patrón te necesita, tú no necesitas al patrón”, “No
negociar con los patrones. Abolirlos”), hasta las proclamas idílicas ("Seamos
realistas: pidamos lo imposible", “Debajo de los adoquines está la playa”).
Precisamente las piedras, que participaban de las contiendas callejeras con la
policía francesa, también eran capaces de una curiosa convergencia con los
afectos en la propuesta que reclamaba"¡¡Te amo!! Oh, díganlo con
adoquines".
Más allá de
las taxonomías que se ensayen para agruparlas, estas expresiones testimonian fastidio, repudio, voluntad de
cambio. Esa confluencia de hastío y rebeldía en el entorno rumoroso de las
barricadas, permitió la gestación de consignas que aglutinaban sarcasmo,
violencia y poesía.
Una
expresión algo más elaborada surgió de los cinetracts, 41 pequeños relatos filmados en
París entre mayo y junio del ’68. Fueron realizados en 8 o en 16 milímetros y
la mayoría no llevaron firma de autor, aunque entre ellos estuvieron cineastas
de la talla de Jean-Luc Godard o Alain Resnais.
Las
piezas tenían una duración de entre 3 y 5 minutos y se filmaban durante un día,
en blanco y negro, como una forma de fijar posición y brindar apoyo a las
protestas sociales protagonizadas por estudiantes y trabajadores.
Estos
cortometrajes fueron el equivalente fílmico de los célebres carteles y grafitis
y, como ellos, buscaron generar una tarea de contrainformación, de alto impacto
visual y con similar impronta creativa que las marcas callejeras que
aparecieron en los muros parisinos.
Por
otro lado, aportaron una fuente alternativa y crítica de noticias, que
contrastaba fuertemente con la información controlada de los medios oficiales y
comerciales disponibles.
De
entre los medios tradicionales el que mejor se escabulló de esas cortapisas fue
la radio, particularmente la periférica; aquella que reposaba en emisoras
pequeñas de barrio. El sociólogo Alain Touraine ha dicho que “el punto de encuentro de los estudiantes del Barrio latino era el móvil de
la Radio Luxemburgo, que se encontraba a la entrada de la calle Gay-Lussac. Con
la Radio Europe-1 eran los dos principales medios que indicaban en tiempo real
dónde estaba la acción”.
No alcanzaron a
fructificar en los procesos profundos de cambio que suponía atreverse a imaginar
lo imposible pero, cincuenta años después de ocurridas, aquellas jornadas
constituyen una referencia porque quedaron ancladas en el imaginario colectivo de
una sociedad planetaria (por entonces apenas en ciernes) como expresión de
sensaciones que iban desde el tedio hasta el disgusto.
Muchas de esas manifestaciones
fueron resueltas como latigazos expresivos que iban dirigidos a azotar la mentalidad
de la época. No es ocioso interrogarse hoy qué queda de aquellas inscripciones
tan expresivas, de qué manera preñan las búsquedas artísticas de hoy y qué
sensibilidades ponen en juego en nuestro actual ecosistema mediático.
(*) Docente e investigador de la Universidad
Nacional del Comahue.