domingo, febrero 17, 2019

Arte en el Mayo Francés

Publicado en Página/12 el miércoles 27/06/18




Por Ricardo Haye (*)

La cuentista canadiense Mavis Gallant, que llevó un diario durante los acontecimientos del Mayo Francés del ‘68, cuenta una visita suya a la peluquería. A su lado, una señora dice: “No quise venir en el Rolls para no parecer burguesa”.
Relampagueante e incisiva, esa anécdota alude a los contrastes y a la hipocresía de una sociedad que el 15 de marzo, apenas unos días antes de la toma de la universidad por parte de los estudiantes, leía en Le Monde un editorial provocador, escrito por Pierre Viansson-Ponté. El texto incluía un interrogante retórico: “¿Qué nos pasa a los franceses?” Y también su posible respuesta: “Que Francia está aburrida”.
En 1968 existía un contexto de grandes convulsiones provocadas por la Guerra de Vietnam, el conflicto de Oriente Medio, la hambruna de Biafra, los centenares de miles de muertos en Indonesia o el apartheid en Sudáfrica. Y en ninguno de esos acontecimientos había participación alguna de Francia. Por eso Viansson-Ponté proponía su hipótesis acerca del aburrimiento francés.
El periodista y escritor argentino Juan Forn recordó en este mismo diario la explicación, un tanto más académica, que proponía el filósofo Guy Debord: “La sociedad del espectáculo es el guardián de nuestro sueño y quiere que sigamos durmiendo”.
La profusa textualización que alumbraron aquellos días debe ser analizada como intentos acuciosos de despertar esas conciencias adormiladas.
Gran protagonismo se lo llevaron los graffitis, carteles y dibujos que trasportaban a un estado ideal donde el más concreto sentido de realismo mutaba a la ficción más pura. Varias de esas leyendas remitían a pensadores reconocidos como Nietzche ("Es necesario llevar en sí mismo un caos para poner en el mundo una estrella danzante”), Artaud ("No es el hombre, es el mundo el que se ha vuelto anormal”) o Unamuno ("Yo me propongo agitar e inquietar a las gentes. No vendo el pan, sino la levadura”). Algunas paredes expresaban gritos ansiosos como estos: "Somos demasiado jóvenes para esperar", "No queremos un mundo donde la garantía de no morir de hambre se compensa por la garantía de morir de aburrimiento", “El aburrimiento es contrarrevolucionario”, "Olvídense de todo lo que han aprendido. Comiencen a soñar". Esas marcas iban desde las reivindicaciones de clase ("La burguesía no tiene más placer que el de degradarlos todos", “El patrón te necesita, tú no necesitas al patrón”, “No negociar con los patrones. Abolirlos”), hasta las proclamas idílicas ("Seamos realistas: pidamos lo imposible", “Debajo de los adoquines está la playa”). Precisamente las piedras, que participaban de las contiendas callejeras con la policía francesa, también eran capaces de una curiosa convergencia con los afectos en la propuesta que reclamaba"¡¡Te amo!! Oh, díganlo con adoquines".
Más allá de las taxonomías que se ensayen para agruparlas, estas expresiones testimonian fastidio, repudio, voluntad de cambio. Esa confluencia de hastío y rebeldía en el entorno rumoroso de las barricadas, permitió la gestación de consignas que aglutinaban sarcasmo, violencia y poesía.
Una expresión algo más elaborada surgió de los cinetracts, 41 pequeños relatos filmados en París entre mayo y junio del ’68. Fueron realizados en 8 o en 16 milímetros y la mayoría no llevaron firma de autor, aunque entre ellos estuvieron cineastas de la talla de Jean-Luc Godard o Alain Resnais.
Las piezas tenían una duración de entre 3 y 5 minutos y se filmaban durante un día, en blanco y negro, como una forma de fijar posición y brindar apoyo a las protestas sociales protagonizadas por estudiantes y trabajadores.
Estos cortometrajes fueron el equivalente fílmico de los célebres carteles y grafitis y, como ellos, buscaron generar una tarea de contrainformación, de alto impacto visual y con similar impronta creativa que las marcas callejeras que aparecieron en los muros parisinos.
Por otro lado, aportaron una fuente alternativa y crítica de noticias, que contrastaba fuertemente con la información controlada de los medios oficiales y comerciales disponibles.
De entre los medios tradicionales el que mejor se escabulló de esas cortapisas fue la radio, particularmente la periférica; aquella que reposaba en emisoras pequeñas de barrio. El sociólogo Alain Touraine ha dicho que “el punto de encuentro de los estudiantes del Barrio latino era el móvil de la Radio Luxemburgo, que se encontraba a la entrada de la calle Gay-Lussac. Con la Radio Europe-1 eran los dos principales medios que indicaban en tiempo real dónde estaba la acción”.
No alcanzaron a fructificar en los procesos profundos de cambio que suponía atreverse a imaginar lo imposible pero, cincuenta años después de ocurridas, aquellas jornadas constituyen una referencia porque quedaron ancladas en el imaginario colectivo de una sociedad planetaria (por entonces apenas en ciernes) como expresión de sensaciones que iban desde el tedio hasta el disgusto.
Muchas de esas manifestaciones fueron resueltas como latigazos expresivos que iban dirigidos a azotar la mentalidad de la época. No es ocioso interrogarse hoy qué queda de aquellas inscripciones tan expresivas, de qué manera preñan las búsquedas artísticas de hoy y qué sensibilidades ponen en juego en nuestro actual ecosistema mediático.

(*)  Docente e investigador de la Universidad Nacional del Comahue.

Treinta años de Antena Libre FM

Publicado en Página/12 el miércoles 14/06/17


Por Ricardo Haye (*)
En la primavera democrática de los ’80 sentíamos que una nueva savia vivificaba las instituciones, adormecidas, anuladas o aplastadas por la bota simbólica de la dictadura cívico-militar que acabábamos de dejar atrás.
Eran tiempos de esperanzas en que el regreso de la institucionalidad fuera, esta vez, permanente. Pero también eran momentos de convicciones acerca de la necesidad de fortalecer el entramado comunitario a partir de la comunicación.
Durante los años de plomo, la Argentina había visto florecer algunas experiencias aisladas de prensa subterránea. Frágiles, de alcance limitado e incierto y destino azaroso, esas páginas precarias fueron cauce para procurar información y transmitir ideas. Se trataba de periódicos locales o barriales, algunos de los cuales ni siquiera alcanzaron la fortuna de la imprenta y debieron conformarse con el recurso del mimeógrafo casero. Unas pocas publicaciones, entre las que se pueden anotar las revistas “Hum®” y “El porteño”, superaron limitaciones y consiguieron proyección nacional.
Ahora que la sociedad recuperaba derechos, uno que se reclamaba enérgicamente era el del acceso a la comunicación. La ecuación resultaba muy significativa porque implicaba postergar en importancia el derecho patronal a la “libertad de prensa” en beneficio del derecho de los pueblos a obtener insumos informativos, interpretaciones plurales y opiniones diversas, que abastecieran la elaboración del juicio de valor y de una cosmovisión personal por parte de sus miembros.
A los medios que facilitaban esos propósitos se los comenzó a llamar “alternativos”, una nomenclatura que operaba sobre presupuestos recortados dado que, más que definirlos por sí mismos, lo hacía “en oposición” a otros, a los que se empezaba a caracterizar como “medios del sistema”.
En ese contexto surgió una oleada de nuevas emisoras que, sobre todo en el desabastecido paisaje sonoro de provincias, venían a poblar el desierto dial de la modulación de frecuencias.
Un grupo de esos nuevos actores comunicantes encontró espacio en el ámbito universitario. El país que le dio al mundo la primera emisora con esa estructura de propiedad y que, desde hacía décadas disponía de tres radios trasmitiendo en AM (La Plata, Córdoba y Santa Fe), comenzó a parir otras voces en la hermana más joven de la modulación de amplitud, la FM.
Entre las primeras de ese pelotón estuvo “Antena Libre”, que obtuvo temprano reconocimiento oficial durante el período fugaz en el que la provincia de Río Negro se dio una ley que la facultaba a administrar frecuencias. Esa norma legal pronto fue dejada sin efecto por la administración nacional, pero “Antena” ya estaba sonando en el aire del Alto Valle rionegrino y allí habría de quedarse.
Un rasgo característico propio la distinguía de muchas otras radios universitarias. Era el hecho de haberse gestado asociada al proyecto de dinamización social que encarnaba el Centro Productor de Comunicación Alternativa (CePCA), en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional del Comahue.
Los documentos fundacionales establecían que Antena Libre era la “fuente emisora propia” de un sistema de Cabinas Populares habilitadas para generar productos radiofónicos en barrios periféricos de la ciudad.
Allí se desempeñaban los miembros de una Red de Comunicadores Populares que fueron partícipes de ese proceso de mudanza dialéctica durante el cual la llamada “comunicación alternativa” pasó a ser reconocida como “comunicación comunitaria”.
Todos ellos fueron seleccionados por sus organizaciones de base y recibieron capacitación de un equipo interdisciplinario compuesto por comunicadores, asistentes sociales y cientistas políticos de la Universidad.
Algunos años después esa acción comunicativa valiosa, pero que descansaba sobre un quebradizo sistema de voluntariado, se extinguió. Sin embargo, Antena Libre perduró y mantuvo la fragancia barrial que alimentó su fundación en un lejano invierno de 1987.
Lo hizo a pesar del desapego de sucesivas administraciones rectorales de la Universidad, las que hasta el día de hoy se negaron a adjudicarle una partida presupuestaria propia. Subsiste pese a que la propia institución universitaria convalida un régimen de precarización laboral vergonzante para su exigua plantilla de personal.
Esa es la radio que, empecinada y felizmente, continúa resonando. La que no tiene conflictos en procesar y articular su componente académico con su espíritu comunitario. La que comunica desde el compromiso y las convicciones. La que demostró sobradamente que no le queda grande la marca que la presenta como “la radio de la vida”.

(*) Docente-Investigador de la Universidad Nacional del Comahue

Más allá de lo económico

Publicado en Página/12 el miércoles 31/08/16


Por Ricardo Haye *
El concepto de sustentabilidad ha sido el centro de polémicas y debates. Asociado al término desarrollo (desarrollo sustentable), siempre estuvo relacionado con la economía neoclásica y con cierta idea eurocéntrica de progreso, concebida en relación directa con nociones de industrialización y urbanización, de predominio de la técnica y de expansión tecnológica. En resumen, desarrollo y sustentabilidad están en sintonía con la aceptación plena de que el capitalismo es la única vía civilizatoria para todas las sociedades atrasadas. Aunque en ocasiones no tan infrecuentes esa idea haya terminado imponiéndose mediante la colonización del pensamiento o a través de las armas.
Por eso resulta provocador que los docentes universitarios se reúnan a considerar estrategias de sustentabilidad para sus medios de comunicación como ocurrió recientemente durante las Jornadas Universitarias La Radio del Nuevo Siglo, celebradas en la Universidad Nacional de Avellaneda.
Pero más atractivo resulta que lo hagan evitando las rejas que supone el punto de vista exclusivamente economicista, cuya voluntad reduccionista encubre manipulaciones simbólicas que malversan el análisis y sustraen de la discusión algunas de los ámbitos que la sustentabilidad pone en juego.
Porque la sustentabilidad, igual que el desarrollo, contiene dimensiones culturales, éticas, políticas y sociales y no sólo económicas. Esa inclusión es una condición insoslayable si lo que se pretende es preservar la diversidad en nuestra vida social.
A menudo la disputa sobre estos asuntos presta escasa atención al modo en que los destinatarios de la comunicación participan en su gestión y la transformación positiva de sus prácticas. Parafraseando al académico británico Michael Redclift podemos decir que, hasta que no sean incluidos en la satisfacción de sus propias aspiraciones, “el desarrollo no podrá ser nunca sostenible”.
Por consiguiente, las estrategias de sustentabilidad de medios universitarios deberían tomar en cuenta en primer lugar a sus audiencias y al conjunto de condiciones que obstaculizan su acceso a una mejor calidad de vida.
A partir de allí, la lógica del debate no puede estar presidida por la rentabilidad económica sino por la utilidad y capacidad de gratificación que alcance la producción de sentidos de esos medios.
El verdadero papel de los medios universitarios no habrá sido comprendido a cabalidad en tanto subsista el reclamo miserable de su autosuficiencia y no la demanda de un compromiso ético con la construcción de una sociedad cada vez más inclusiva, contenedora, justa, fraterna y solidaria.
Solo asumiendo esa responsabilidad será posible crear entornos de confianza que sostengan la credibilidad de esos medios y la reputación de su organización madre: la universidad.
La sustentabilidad de los medios universitarios debe descansar sobre una acción comunicativa que angoste brechas sociales y corrija las asimetrías caprichosas que dividen a las personas entre privilegiadas y desposeídas.
En tal sentido, se habrán vuelto sustentables cuando hayan contribuido a desterrar privilegios, restañar heridas sociales, restaurar la autoestima de los grupos más vulnerables, acrecentar el capital simbólico y estimular el desarrollo imaginativo de las personas y facilitar el acceso universal al disfrute de la cultura y las artes.
De lo que se trata es de alimentar cotidianamente el compromiso ético y moral de contribuir a la construcción de una sociedad cada vez más inclusiva, contenedora, justa, fraterna y solidaria.
Para que todo eso resulte posible es imprescindible abastecer presupuestariamente a los medios universitarios y abandonar la miopía mezquina de exigirles que se autofinancien.
De ese modo los protegeremos de un sistema de radiodifusión tantas veces pervertido y evitaremos que sus programaciones terminen reproduciendo las características masificantes, enmudecedoras y desestimulantes de la participación que proponen unas cuantas emisoras y muchos voceros del establishment.
Son necesidades impostergables de esta hora, en la que vivimos un fuerte retroceso de las capacidades regulatorias del Estado y de fortalecimiento paralelo de los grupos dominantes que detentan y ostentan poder o autoridad.
En circunstancias como esta que se asemejan tanto a las formas de una plutocracia, es decir de una sociedad controlada por sus miembros más ricos, los medios universitarios tienen que actuar como dique de contención a las desigualdades que el Estado no solo no corrige, sino que está potenciando.
* Docente e investigador de la Universidad Nacional del Comahue.

La radio y las brechas

Publicado en Página/12 el miércoles 10/02/16


Por Ricardo Haye (*)
Hace tiempo se habla de la brecha que separa a sociedades con mayor o menor nivel de desarrollo tecnológico. Aplicados al campo de la comunicación, en particular, esos adelantos determinaron que la información se convirtiera en una unidad de valor destinada a consagrar nuevos límites entre pobreza y riqueza.
Hasta hace poco tiempo la radio podía considerarse el medio más democrático en virtud de la idea de gratuidad que involucra, dado que los aparatos receptores tienen precios accesibles y los costos de escucharla son prácticamente despreciables.
Sin embargo, y aunque su penetración popular continúa siendo muy importante, el análisis de este medio casi centenario se torna ahora más complicado a la luz de los procesos de convergencia y el fenómeno de mediamorfosis habilitados a partir de los maridajes establecidos entre dispositivos, soportes o plataformas.
La simpleza de esas voces que nos alcanzaban en nuestro propio idioma y refiriéndose a asuntos de nuestra cotidianeidad, ha comenzado a experimentar grados crecientes de complejidad y sofisticación. Prácticamente todas las emisoras e, incluso, cada uno de sus ciclos, cuentan con portales o sitios de Internet que actúan complementariamente con el texto sonoro matriz. Pero, además, existe una apelación constante de los emisores para que los receptores formulen devoluciones a través de twitter, facebook o whatsapp. Para mantenerse al ritmo que proponen los medios, sus audiencias deben trascender vínculos históricos como el teléfono o la esquela, lo que les demanda acceso a redes y aplicaciones informáticas que sí tienen costos y que reclaman algunos conocimientos para su manipulación.   
Hace varios años ya una radio universitaria argentina habilitó un espacio sobre fotografía en el que una docente de la especialidad describe y comenta material gráfico que el oyente puede apreciar simultáneamente en un sitio blog ad hoc.
Aunque la programación se enriquece con la incorporación de un nuevo contenido como este, el programador haría bien en considerar el impacto de la novedad en la fase de recepción. ¿Su oyente modelo la celebrará, cuestionará o quedará indiferente ante ella? Y más aún: ¿por qué adopta esa actitud?, ¿estaba preparado para esa inclusión?
Sucede que las desigualdades entre ambos lados de la brecha no solo tienen lugar por una cuestión de conectividad, sino por los apetitos y las urgencias de cada uno de los comensales de la propuesta.
Acostumbrada durante décadas a un tête à tête directo (y, a veces, intimista) con su público, ahora la radio debe pensar en conversaciones interferidas por otros dispositivos que convocan distintas interfaces cognitivas.
Así como la lectura de un libro de papel es distinta a la de un hipertexto, sintonizar un viejo receptor de circuitos electrónicos a base de transistores no puede equipararse con percibir los contenidos de una radio on line. Y, menos aún, los alojados en un sitio de descarga en el que es el usuario quien determina la ocasión de la escucha e, incluso, su reiteración las veces que crea conveniente. Parece claro que la vertebración de las dimensiones de tiempo y espacio que la radio formuló en el siglo XX se disuelve y reconfigura en nuestros días.
Un antiguo principio pedagógico enseña que los seres humanos aprendemos por empalme de experiencias. En consecuencia, el desafío de los realizadores radiofónicos de hoy es conocer cuáles son los intereses de alguno de los recortes de unas audiencias cada día más segmentadas y construir desde allí su agenda temática. No obstante, cometerán un error si permanecen anclados en ese puerto sin advertir que su tarea debe estar al servicio de expandir los límites cognitivos de sus oyentes.
Es este un momento en que nuestra capacidad de procesar datos quedó desbordada. La información contenida en todos los libros escritos hasta la fecha es millones de veces menor a la que se encuentra digitalizada y que hoy ya se mide en billones de gigabytes. A medida que esa masa informativa crece exponencialmente, más huidizo se vuelve el dato específico que cada uno de nosotros necesita encontrar.
La producción de la radio debe permitirnos el ajuste cognitivo a esta nueva realidad, agilizando nuestros procesos de búsqueda, selección y aplicación de contenidos útiles y expresivamente gratificantes.
Probablemente algunas de estas consideraciones encuentren una adecuada caja de resonancia en la próxima Bienal Internacional de Radio que sesionará en México durante el mes de octubre bajo la consigna convocante de la “Biotecnología mediática. Ética y praxis de la cognitividad digital”.

(*) Docente-Investigador de la Universidad Nacional del Comahue

Setiembre: el mes de la radio

Publicado en Página/12 el miércoles 26/08/15


Por Ricardo Haye (*)

Las permanentes profecías que se vienen formulando desde hace cincuenta años respecto de la muerte de la radio nunca han tenido cumplimiento efectivo. Sin embargo, ahora los vaticinios se han refinado y ya se habla de la desaparición de las transmisiones en la señal de modulación de amplitud o en la banda de modulación de frecuencia.
Pese a ello, el medio que pronto va a cumplir cien años se mantiene vigente en la consideración de amplios sectores de la sociedad, que continúan asignándole amplia credibilidad.
Poco importa, entonces, si mutan los soportes dado que el modo de producción radiofónico va encontrando alternativas para conservarse activo.
Internet ha servido para alojar en sus portales realizaciones de radio originadas tanto en estructuras organizacionales complejas como en el trabajo individual de profesionales o de podcasters o radiofonistas amateurs.
El oyente histórico que hace algo más de medio siglo accedía a unas pocas señales de AM y que en los últimos treinta años de la centuria anterior vio crecer sus opciones con la emergencia y popularización de la FM, asiste en este momento a un crecimiento exponencial de las propuestas. Contribuyen para ello los procesos de digitalización, las emisiones satelitales y la propia web, así como las instancias de convergencia mediática y transmediática.
Pero si hasta la fecha los augurios mortuorios no alcanzaron confirmación, si es posible verificar que la radio se fue transformando en virtud de una ductilidad asombrosa que le permitió ajustarse a diferentes escenarios. Aunque no siempre lo hiciera del modo deseado.
La emisión en directo cedió espacios a textos sonoros grabados; la música ejecutada en vivo por orquestas propias o intérpretes invitados hocicó ante la poderosa (y manipuladora) industria discográfica; los ciclos humorísticos que, de la mano de artistas tan extraordinarios como Niní Marshall, contribuyeron al brillo de los años dorados de la radio quedaron reducidos a brevísimos sketches a cargo de imitadores que rinden excesivo tributo a la realidad y a la actualidad noticiosas; aquella voluntad expresada por Brecht de hacer del medio un circuito de ida y vuelta fue malversado a través de los mensajes y llamadas telefónicas mediante los cuales los oyentes mendigan algún regalo berreta a cambio de un “muy bueno el programa”. Tal vez la modificación más rotunda haya sido el abandono de la práctica del relato en sus diversas formas para recluirse en modos de decir exclusivamente consagrados a la información y la argumentación.
Sin embargo, todo esto no obsta para que setiembre venga cargado de actividades relacionadas con la radio, en las que estos y otros temas podrán ser puestos bajo análisis.
Del 7 al 9, los docentes universitarios de cátedras y talleres radiofónicos de todo el país volverán a reunirse como ocurre desde hace veintidós años. Esta vez la cita de las Jornadas Universitarias La Radio del Nuevo Siglo tendrá como anfitriona a la Universidad Nacional de La Matanza, donde estarán en debate la producción de contenidos y la gestión de medios universitarios.
En la tarde del mismo miércoles 9 el Centro Cultural Kirchner será escenario de la apertura del Tercer Congreso de la Red de Radios Universitarias de Latinoamérica y el Caribe (RRULAC), en la que ofrecerá una conferencia magistral el legendario guionista José Ignacio López Vigil, autor de éxitos radiofónicos como “Un paisano me contó”, con el que a comienzos de 1980 levantó verdaderas polvaredas por todo el continente. Basta un repaso por los títulos de cada entrega para comprender las razones: “la publicidad”, “el latifundio”, “patronos y obreros”, “el hambre”, “el armamentismo”, “el machismo”, etc. La agenda de RRULAC continuará desarrollándose los días 8 y 9 de setiembre en el Espacio de la Memoria y los Derechos Humanos con talleres y disertaciones convocadas bajo la invocación “La comunicación: Un derecho humano irrenunciable”.
Y finalmente, el viernes 25 y sábado 26 de setiembre desembarcará en la calle Mariano Moreno 431 de la ciudad de Buenos Aires el III Congreso Internacional de Radioteatro y Ficción Sonora que, desde hace un par de años viene desplegando actividades simultáneas en España y Colombia y ahora está integrando a México y a nuestro país. La iniciativa fue generada por el colectivo zaragozano Radio TEA FM y encontró rápido eco en grupos locales como Narrativa Radial y la Escuela ETER, que están abocados a la producción, análisis y enseñanza de la radio y convencidos de que el invento de Marconi todavía tiene mucho de sí para dar.


(*) Docente e investigador de la Universidad Nacional del Comahue

Investigación en clave sonora

Publicado en Página/12 el miércoles 11/02/15


Por Ricardo Haye (*)

Sarah Koenig es una periodista estadounidense que ha conseguido mantener en vilo la atención de millones de sus compatriotas con una producción radiofónica.
Se trata de “Serial”, un trabajo documental que empezó a emitir en la muy estimable radio pública de los Estados Unidos y que luego continuó a través del podcast.
Ese texto sonoro semanal propone un minucioso análisis del asesinato de una atleta adolescente, ocurrido en Baltimore en 1999. El correspondiente proceso judicial culminó rapidamente con la condena a cadena perpetua del exnovio de la muchacha, Adnan Syed.
La indagación que lleva adelante Koenig evita los juicios de valor y no afirma ni la culpabilidad ni la inocencia del condenado, aunque ha servido para poner de manifiesto la debilidad de las pruebas: la acusación no pudo presentar evidencia física ni testigos del crimen. Incluso existe un testimonio que ubica a Syed en una biblioteca en el momento en que supuestamente se cometió el homicidio.
Pero ahora toda la audiencia sabe que, poco después del juicio, su abogada defensora fue inhabilitada por robarse el dinero de su cliente sin hacer su trabajo.
Entrelazando la dramatización y la investigación periodística, cada entrega de “Serial” aporta datos y detalles que hacen avanzar la historia y estimulan al oyente a establecer sus propias conclusiones.
Durante años se repitió el sofisma de que la radio debía recluirse en la práctica meramente informativa, mientras que el análisis y la interpretación de los hechos quedaban reservados para otros medios (particularmente los escritos).
Independientemente del soporte en que discurra, esta producción que utiliza técnicas radiofónicas de realización ha vuelto a certificar que los textos sonoros pueden ofrecer elementos de juicio y argumentaciones capaces de poner en acción procesos mentales autónomos y activadores de la imaginación de la audiencia.
La muerte del fiscal Nisman, que ocupa tanto tiempo en las transmisiones y centímil en los periódicos de la Argentina, bien podría ser objeto de una investigación radiofónica igual de rigurosa.
En el caso norteamericano, la experiencia de “Serial” ha servido para cuestionar y poner en discusión la justicia con que Adnan Syed, joven de origen pakistaní nacido en los EEUU, fue privado de su libertad hace quince años.
En el nuestro, podría contribuir a entregar claridades a una ciudadanía bombardeada por versiones más interesadas por incidir políticamente en el curso del acontecer institucional, que en precisar las circunstancias en que se produjo el deceso del funcionario del ministerio público.
Si se aplicara la misma estructura implementada por Sarah Koenig no resulta demasiado difícil imaginarse el alto impacto que provocarían las recreaciones de los diálogos que Nisman tuvo con sus auspiciantes y abastecedores de información en las últimas horas de su vida.

(*) Docente-Investigador de la Universidad Nacional del Comahue

Cuando El Chocón reemplazó a los marcianos

Publicado en Página/12 el miércoles 30/10/13


Por Ricardo Haye (*)
En la noche del  30 de octubre de 1938, una transmisión radiofónica sumió en el pánico a los Estados Unidos.
Dirigiendo la puesta en el aire estaba el joven realizador Orson Welles, que había adaptado con un claro estilo periodístico la novela de H. G. Wells La guerra de los mundos.
A 75 años de un episodio sobre el que habrían de correr ríos de tinta, una experiencia académica de estudiantes de Comunicación Social en la ciudad rionegrina de General Roca, transmitida por la emisora universitaria Antena Libre FM, volvió a generar conmoción.
Una de las grandes diferencias es que en este caso la situación detonante no era una improbable invasión marciana, sino una circunstancia mucho más terrenal, posible y cercana: la trama contaba que un sismo ocurrido en Chile había agrietado la represa de El Chocón y que en cuestión de horas todos los poblados ubicados aguas debajo de esa construcción quedarían inundados.
La otra distinción es que actualmente las redes sociales pueden viralizar una noticia (aun si es falsa) con mayor velocidad, llegando incluso a dónde la señal radiofónica no es recibida.
Los primeros datos señalan que tanto Bomberos como Defensa Civil recibieron numerosos llamados solicitando información y, también, trasuntando miedo.
Como en el caso original, la emisión fue precedida del aviso de que lo que ocurriría a continuación era una construcción ficcional y otro tanto se anunció, enfáticamente, al final de la representación.
Las advertencias no alcanzaron, sin embargo, pues ya se sabe que en radio uno no percibe de inmediato toda la obra (como ocurre, por ejemplo, con una pintura o una fotografía), sino que debe invertir tiempo en su recepción. Y -también se sabe-, el tiempo es veleidoso y nuestra atención inconstante. Basta con que alguien se integre al circuito de transmisión dos minutos después del comienzo para que se pierda la información tranquilizadora e ingrese al terreno del espanto.
La experiencia vivida deja lugar a varias reflexiones y algunos aprendizajes.
En primer lugar, hay que destacar que la profusión de detalles precisos que se enunciaron revistió a la transmisión de una consistencia y una verosimilitud como la que, desde Aristóteles, se les exige a las obras de ficción.
Asimismo hay que ponderar el altísimo impacto que, aún hoy, es capaz de provocar la radio, a la que con cierto desdén se acostumbra a considerar la Cenicienta del ecosistema mediático. 
Por otra parte, la situación sirvió para poner de manifiesto el alto grado de desconocimiento de la población en general ante situaciones de riesgo como la que se hipotetizaba. Muchos de los ciudadanos conmocionados por la escucha reconocieron que no sabían hacia donde tendrían que dirigirse en un caso de esta naturaleza y qué recaudos debían tomar.
Los organismos de defensa ciudadana aseguran que la experiencia les sirvió para comprobar que sus mecanismos de comunicación internos y con Chile se encuentran aceitados.
Por último, pero sin ser lo menos importante, el acontecimiento precipitó un debate intenso entre los propios estudiantes acerca del compromiso ético, estético y deontológico entre los profesionales de la Comunicación Social y su trabajo. Lo que sigue es parte del “diálogo” entablado en las redes:
“Hoy una noticia se ramifica en cuestión de segundos. No tienen idea del caos que pudieron ocasionar”/”Estoy de acuerdo con que esto sea polémico, pero la información es comprobable en más de 10 medios en menos de un minuto. Por esa razón me parece que no se juega con nadie, ni se da "información falsa"/ “No estamos en 1938, en cuestión de segundos chequeás la noticia, y sabés dónde estás parado”/”(Existen) por lo menos 20 o 30 recursos para chequear la noticia y transmitir tranquilidad”/”¿Y vos te creés que todo el mundo tiene acceso a esos recursos?”/”Está buenísimo lo que pasó para pensar sobre el poder que tenemos como comunicadores y también para cuestionarnos como audiencia por qué nos creemos todo lo que escuchamos sin ponerlo en contexto”/”Es una buena ocasión para debatir el poder que tienen los medios y el rol que adopta la audiencia ante una audición”/”Nosotros hicimos ficción sobre algo de lo cual solo corren rumores, pero si realmente pasara, no hay información preventiva dando vuelta. Lo que recreamos fue un presunto estado de conmoción para crear conciencia y poner sobre la mesa de trabajo ciertos temas que nos incumben en la región”/”Debo confesar que por colgada, me la creí... ya estaba a punto de buscar mas info en otros medios online, cuando dijeron muy seriamente que era solo una simulación”/”Lamento que nos hayan creído, pero que lo hayan hecho demuestra que nos salió bien. Gracias y disculpen”.
El episodio se dio por concluido con una visita a las aulas del Director Municipal de Defensa Civil, quien conversó amablemente con los estudiantes que protagonizaron la transmisión. Las explicaciones fueron convincentes y entre los resultados positivos de la experiencia cabe anotar la puesta en contacto que se ha dado entre las partes, a fin de aunar esfuerzos en pos de una mejor comunicación para afrontar posibles situaciones de emergencia.


(*) Docente e investigador de la Universidad Nacional del Comahue

Los recovecos del aire

Publicado en Página/12 el miércoles 18/09/13


 Por Ricardo Haye *
Desde General Roca, Río Negro

Nosotros somos los que andamos revisándole los rincones a la radio.
Somos los que se atreven a verificar si hay vida más allá de Dolina y descubrimos que Del Plata tiene una trasnoche estupenda. Los que descubrimos que en una radio ignota de un barrio o una ciudad incógnita hay un día y un horario de la semana en el que suele aparecer una voz poética e inteligente.
Pero, además, somos los que también escudriñamos en otros territorios conexos; los que estamos a la pesca del último nuevo libro sobre la radio; los que permanecemos atentos a la nueva producción fuertemente individuada de los podcasters.
Somos los docentes que desde nuestras cátedras, seminarios o talleres universitarios procuramos contagiar a nuestros estudiantes los mismos entusiasmos que a nosotros nos despierta aquel invento de Marconi que, contra todas las agorerías, marcha hacia su primer siglo de vida.
Este grupo acaba de cumplir veinte años de reuniones periódicas en las que intercambiamos informaciones como las del segundo párrafo o avisamos de descubrimientos como los que detalla el tercero. Nos contamos qué estrategias didácticas pusimos en marcha desde el encuentro anterior; les llevamos a los colegas los audios más creativos u osados que hicieron nuestros discípulos y escuchamos las dificultades y las formas de superarlas que cada docente ha encontrado desde que nos vimos por última vez.
Nuestro foro empezó llamándose “Las Jornadas Universitarias La Radio de Fin de Siglo” y esa designación duró hasta que la profecía se cumplió: la centuria finalmente concluyó y nos obligó a actualizar la nomenclatura. Ahora nos convocamos bajo el rótulo de “Jornadas Universitarias La Radio del Nuevo Siglo”.
La cita de este año acaba de realizarse en el mismo lugar de la primera vez: la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional del Comahue. En el medio hubo convites en Olavarría, Paraná, Río Cuarto, La Plata, San Juan, Córdoba, Rosario, Posadas, Tucumán. Juntarnos a hablar de radio nos dio una buena ocasión para visitar cada año la Universidad de alguno de nuestros colegas. Pero se equivocaría rotundamente el que pensara que solo nos convoca la afición turística.
En estas Jornadas recién clausuradas una de las mesas de trabajo estuvo consagrada al análisis del diálogo, esa práctica apasionante que en la antigüedad se utilizó para enseñar la ciencia y la filosofía y que hoy, tecnología mediante, se recicló para acortar distancias enormes y, lamentablemente, también para cancelarnos los abrazos.
¿Quiénes dialogan en la radio? ¿Sobre qué conversan? ¿Qué propósitos persiguen? ¿Cuáles son los interlocutores que no malversan las energías dialógicas en pos de banalidades interminables?
Intentamos verificar si el diálogo radiofónico actúa como un facilitador de comprensiones; como un espacio de construcción de consensos.
Sabemos que, por sí solo, el diálogo no es garantía de democracia, pero es más democrático que el discurso unidireccional que algunas emisoras le descerrajan a sus sufridos oyentes.
La conversación invita a pensar de a dos; es decir que se abre a la posibilidad de construir sin reclamar exclusividad. Convida a escuchar; habilita procesos de trabajo en equipo (por lo menos de dos), de cooperación; promueve la aceptación de los matices y las diferencias que contribuyen a hacer la vida menos aburrida y más enriquecedora.
Pero el diálogo nutriente es el que reproduce posiciones más o menos alejadas; nunca simétricamente iguales. Esos presuntos diálogos que no son más que monólogos enunciados a dos voces no tardan mucho en mostrar la hilacha.
Por el contrario, en una conversación genuina e inteligente se disfruta la perspicacia de las argumentaciones, el ingenio de las contra-argumentaciones, la mordacidad de las réplicas.
Si las programaciones se sobrepusieran  a mucho contenido dietético que hoy abastece las góndolas de la radio e invirtieran más energías en recuperar las formas conversacionales más ricas, crecería el número de oyentes con tesis y la sociedad se vería beneficiada por una mayor cantidad de polemistas conceptualmente robustos.
Y esa ecuación modificaría significativamente a la radio. Pues hasta aquí la mera presencia de la telefonía celular, los mensajes de texto, el correo electrónico y las redes sociales facilitó un mayor acceso técnico a la comunicación de retorno, pero no alteró sustancial ni definitivamente la asimetría de las posiciones que ocupan comunicadores y receptores, en tanto productores de sentido.
Cuestiones como estas analizamos en las Jornadas de Radio, mientras intentamos atisbar lo que viene.
¿Cómo será la radio en los próximos años? ¿Va a fortalecer su capacidad de producción social de significados o irá replegándose hacia posiciones secundarias de discreta ornamentación sonora ambiental?
¿De qué manera evolucionará la interacción entre las estaciones y otras fuentes emisoras y sus audiencias?
Paradojalmente afrontamos una situación caracterizada por la fuerte tendencia a la concentración de medios y empresas y la emergencia de un corpus heterogéneo de textos sonoros producidos por individuos particulares que también entran a tallar en la disputa por el tiempo (finito) de atención de las audiencias.
En este contexto, asistimos a un crecimiento exponencial de la oferta de mensajes sonoros y a la progresiva deslocalización de sus emisores incognoscibles, aspecto que dificulta la interacción y acrecienta la indeterminación de sus intenciones.
Estos puntos refuerzan la certeza de que es un error considerar cada mensaje en forma aislada; hoy más que nunca, es apremiante concebirlos dentro de un conjunto textual.
Así lo determinan las características epocales de integración medial y de prolongación discursiva en múltiples soportes, que generan  un entorno envolvente de cultura mediática y transmediática del cual resulta muy difícil abstraerse.
Los docentes universitarios de radio seguimos hurgando en sus recovecos, exploramos su geografía y ponemos en común nuestros aprendizajes con el único propósito de hacer más eficaces y solventes nuestras prácticas académicas.

* Docente e investigador de la Universidad Nacional del Comahue.

martes, marzo 05, 2013

El Area Radiofónica de la carrera de Comunicación Social de la Universidad Nacional del Comahue está trabajando en la organización de las VII Jornadas Universitarias La Radio del Nuevo Siglo, que sesionarán en Roca, Río Negro, del 5 al 7 de setiembre próximo.
Con esta edición, el foro de los docentes universitarios de radio de todo el país celebrarán los 20 años de existencia y lo harán regresando al sitio donde deliberaron por primera vez: la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UNC.
La novedad de este año es que paralelamente a las Jornadas sesionará el I Foro Estudiantil Nosotra/os & la Radio, al que están convocados estudiantes de las asignaturas de radio que se imparten en las universidades argentinas.



sábado, febrero 23, 2013

Eficacia de la razón narrativa

Publicado en Página/12 el miércoles 26 de diciembre de 2012



 Por Ricardo Haye *
Desde General Roca, Río Negro
El tipo se pasa toda la serie sentado en la misma mesa de bar. Se trata de un bar mediocre, de esos que funcionan en un viejo ómnibus reciclado.
Pero no solo el protagonista permanece allí todo el tiempo. También lo hace la cámara, en abierto desafío a los paradigmas establecidos de relato audiovisual.
En The boot at the end no hay variedad de locaciones y mucho menos efectos especiales espectaculares. Ni siquiera vemos persecuciones vertiginosas, incendio de coches o edificios, balaceras o gente enfrentándose a los golpes.
Y, sin embargo, es muy difícil abandonar su relato intrigante.
Originalmente la historia de Christopher Kubasik se desarrollaba en 62 miniepisodios concebidos para la web, pero el suceso que alcanzó determinó que la señal televisiva estadounidense de cable FX (filial de la cadena Fox) se interesara por el producto y lo incluyese en su programación en la forma de diez capítulos de alrededor de 12 minutos cada uno.
La singularidad de The booth... es la simpleza casi minimalista de su puesta en escena. Todo lo que se muestra ocurre en un mismo ambiente: el interior de ese bar sin muchas pretensiones, junto a la carretera. En la mesa del fondo se sienta un hombre al que recurren personas que buscan cumplir un deseo. El hombre, del que no sabemos nada, los escucha y les promete que podrán hacerlo siempre y cuando paguen el precio. Lo que les pide a cambio es que ejecuten alguna acción inconcebible en la que hasta allí venía siendo su vida cotidiana y que lo mantengan minuciosamente informado sobre los pormenores de ese trayecto en el que sacrifican su moral.
Un padre está desesperado por salvar a su hijo enfermo; una anciana quiere recuperar a su esposo que está hundido en las tinieblas del Alzheimer; una monja plantea que quiere volver a escuchar a Dios para sostener su fe; una muchacha explica que quiere ser más bonita; un hombre solo sueña con casarse con una modelo escultural; un policía intenta conseguir el afecto de un hijo rebelde.
Para alcanzar lo que pretenden tendrán que matar a un niño, poner una bomba en algún sitio público, embarazarse, robar un banco, cuidar de alguien o proteger a un colega corrupto.
A nadie se obliga a nada. Pero a todos se los confronta con el interrogante de qué tan lejos están dispuestos a llegar para obtener lo que quieren. Y también al de si luego sus conciencias podrán soportar la crueldad de los actos cometidos.
Ante el pacto fáustico que se le propone, uno de los personajes inquirirá:
–¿Cómo puedo saber que no eres el diablo?
La respuesta que recibe no lo tranquiliza ni acerca certezas a los espectadores:
–No puedes.
La serie concluye sin que se sepa si ese hombre misterioso e inalterable es un mago, una entidad angélica o el mismo demonio.
Aunque no muestra ninguna escena violenta, The booth at the end sugiere climas inquietantes que predisponen al terror filosófico.
Esa lógica invulnerable que los sajones expresan anteponiendo el “to show” (mostrar) al “to tell” (contar), encuentra aquí una formidable excepción a la regla. El texto representacional cede protagonismo al puro relato, que solo puede sostenerse sobre una base de ideas originales, planteos interesantes y diálogos inteligentes.
No hay exteriores y no se muestra ninguna de las acciones que se encomiendan a los “clientes”. La fuerza expresiva de la serie descansa en la conversación entre la persona que desea y la que concede. Los acontecimientos solo pueden ser imaginados a partir de las palabras que los narran, en una muy lograda contravención de aquella máxima que sostiene que la televisión es imagen en movimiento. Mientras tanto, el hombre de la mesa del fondo registra escrupulosamente los detalles que le van acercando sus interlocutores.
The booth at the end es un ejemplo extraordinario de cómo se puede edificar una historia cautivante con un mínimo presupuesto y confiando en la potencia de la palabra.
Un país como la Argentina, que en las vísperas de su transición definitiva hacia la digitalización televisiva se debate acerca de cómo construir una consistente y necesaria industria audiovisual, haría muy bien en detenerse a observar arquitecturas argumentales como ésta porque son las que justifican el énfasis con que muchos pensadores han reivindicado el valor de la “razón narrativa”: el relato conlleva posibilidades eficacísimas de transferir información, proponer temas en debate o dar a conocer puntos de vista.
Aprovechándose de esas fortalezas, Kubasik nos pone a pensar en cierto relativismo epocal que propicia el desplazamiento progresivo de las barreras morales y nos confronta con aquel interrogante perturbador: ¿hasta dónde somos capaces de llegar para conseguir algo?
Es mucho más que lo que suelen plantearnos tantas propuestas zonzas que nutren las pantallas.
* Docente e investigador de la Universidad Nacional del Comahue.

La búsqueda de referencias oportunas

Publicado en Página/12 el miércoles 14 de noviembre de 2012



 Por Ricardo Haye *
Tenemos en común la cuestión generacional. Oscar Bosetti en la UBA, Claudia Villamayor en La Plata, Rosita Mercado en San Juan, Tina Gardella en Tucumán, Diego Ibarra y Jorge Arabito en Olavarría. Y tantos otros. Todos somos docentes universitarios que enseñamos radio.
Y también compartimos una dificultad: muchas de nuestras referencias atrasan.
No podemos hablar en clase del trío que conformaban Cacho Fontana, María Esther Vignola y Rina Morán, sin dar definiciones biográficas y de contexto.Tampoco podemos nombrar, sin más, a Antonio Carrizo. Cuando mencionamos a Hugo Guerrero Martinheitz se impone que describamos lo que a nosotros todavía nos resuena como un eco cercano: su risa desacompasada, su ciclotímico gusto musical, su enorme talento para narrar. Incluso el fenómeno de Radio Bangkok exige explicaciones que lo distingan del descafeinado trabajo que hoy entrega Lalo Mir.
¿Cómo podríamos detallar lo que significó Niní Marshall en su tiempo? Sólo Capussotto podría servirnos de ejemplo, si su ciclo radiofónico hubiese sido menos esporádico.
¿Quién recoge hoy el guante que en su día arrojó Miguel Angel Merellano con su inteligente Generación espontánea? Mario Wainfeld y su Gente de a pie asoman como una posibilidad cierta.
No nos asiste la pretensión excluyente de sostener que todo tiempo pasado fue mejor. Ocurre que las referencias actuales no siempre alcanzan.
Apenas quisiéramos citar unos ejemplos de profesionales que, pudiendo gustarnos más o menos, dejaron su huella en el éter. Y es allí cuando el tiempo descarga la crueldad de su paso furioso y nos confronta con las caras impávidas de unas chicas y muchachos que se preguntan de quiénes diablos les hablamos.
Estimados estudiantes: las personas rescatadas del fondo cercano de la historia no son obra de nuestra imaginación. Fueron animadores de un prodigio comunicativo al que nosotros seguimos dedicando nuestros mejores entusiasmos.
Seguramente dentro de pocos años, nuestros actuales auxiliares docentes estarán sometidos a similares extrañamientos a propósito de los Matías Martin, Varsky, Sietecase, O’Donnell y demás.
Hasta entonces, sólo les pedimos que nos permitan seguir contándoles acerca de los arrullos melodiosos que nos entregaban Modart en la noche o Las siete lunas de Crandall, cuando aún no teníamos el acceso torrencial a la música que hoy propicia Internet. Que podamos continuar refiriéndonos al exquisito buen gusto que en esa misma materia demostraba Juan Carlos Beltrán o al elegantísimo humor de Juan Carlos Mesa. Y que en el mientras tanto, sigamos disfrutando del aporte nocturnal de Dolina y compañía.
Nos interesa conocer la radio que tuvimos, no para incurrir en el automatismo anacrónico de su reiteración, sino para tomar de ella los elementos que nos ayuden a mejorar la que hoy escuchamos.
* Docente e investigador de la Universidad Nacional del Comahue.